Infinite

Un día aleatorio

Un día cualquiera, aleatorio entre centenares del mismo corte. El despertador suena a las 07.41h.
Despegas los ojos con dolor, estás medio recuperado del cansancio extremo de ayer. Pero no del todo. En algún momento hay, o hubo, un estado de ausencia de dolor, de batería cargada al 100%. Pero tienes esa sensación difusa como de batería al 50%, pinchazos múltiples de forma sorda. El exceso de adrenalina deja una sensación como de agujetas en tus nervios. El pecho está opacado, igual que un filtro sucio de cafetera, por los dos paquetes de tabaco del día anterior. Te planteas dejarlo por mil millonésima vez.
Otro día, cuando no haya tanto estrés.

Te arde un poco el estómago, vacío por la cena precocinada y recalentada al microondas. Lo único que te dio tiempo a preparar la noche anterior, con la batería a un escaso 3%.

Te duchas para despejarte.
Te vas con el pelo mojado, para seguir despierto. Conduces media hora en tu automóvil, soportas a otros centenares de vehículos con centenares de conductores con tu mismo estupor.

Llegas al trabajo.

Ocho horas, que se convierten en casi nueve. O casi diez. Ocho horas corriendo, hablando, pensando, escribiendo. Diseccionando. Errores, despistes y datos que sobrecargan las neuronas. Necesitas café para disolver tanta información, que pesa como un plasma ectomorfo en vez de abstracciones. Segundo café a media mañana. Y un tercero. Y el cuarto, después de comer, en vez de postre. Y un quinto, para poder regresar conduciendo en un estado de semi-inconsciencia hipnótica. Para saber distinguir el paquete envasado al vacío que no repita la pasta con tomate del día anterior.
Va a dolerte el estómago a la mañana siguiente, pero da igual. No tienes capacidad energética para otra cosa, hoy tu batería se acerca peligrosamente al cero absoluto.

Te desplomas en la cama, antes de comprobar que está todo en orden y el despertador sonará a su hora.
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El despertador suena a las 07.41h. otro día cualquiera, un año después.

El despertador no tenía que sonar, pero lo olvidaste. Ya no es necesario que vuelvas.

Hasta hace dos días repetías el mismo esquema. Irte con el pelo mojado, conducir y llegar, ocho horas de pie andando, hablando, sonriendo, vendiendo productos a gente que no los necesita pero se compadecen de ti, o se dejan influir muy fácilmente si alguien les insiste.

El peso es liviano, la batería nunca baja el límite del 10%, no hay ideas que puedan convertirse en ectoplasma pegajoso.

Aún así, la maquinaria te empieza a triturar.

No has tenido suerte. Los jefes en la sombra te mandaron a vender a una zona donde sólo aparecieron 10 personas en todo el día. Deberías vender según objetivos, mínimo a 30 personas. ¿De dónde ibas a sacarlos? 

Mientras, un grupo se reúne en nombre de la humanidad en una festiva plaza. Festejan que han despertado, que no están de acuerdo con la maquinaria pasapurés. Sus gritos se televisan al mundo.

Sonó el despertador a las 07.41h. y has escapado de la necesidad rutinaria. No sabes si alegrarte y descansar, por fin, o llorar amargamente.

Decides tomar asiento con un café placentero, esos que no tienen que disolver ningún quiste de pensamiento, y asistes a la retransmisión vía streaming con el morbo de un Big Brother humanista.

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El despertador suena a las 07.41h. de forma consecutiva.

Otro año más.

Otra entrevista más en la que miran con cara disgustada todas las cosas que has hecho. No puedes haber hecho tantas, la gente sólo va en una dirección, se especializa y no sale del camino. Si has elegido dar tantos saltos, es que tienes algún problema.

Quizás es que no vales para nada, es la conclusión errónea. Es más fácil pensar eso que la otra opción (la real) en la que sólo has hecho lo que te han permitido en cada momento, sin posibilidades auténticas de elegir, decidir o aceptar por ti mismo.

Una marioneta empujada por la corriente hasta acabar desecha por el roce.

Demasiada formación. Demasiado poco. Demasiado joven. Demasiado viejo. ¿Por qué querrías trabajar aquí? Demasiado creativo. Demasiado estándar. No, no, no, no, no.

¿Por qué piensan que podemos elegir algo, todavía?

Antes añorabas los días robóticos de cinco cafés, dolores de estómago y comida precocinada. Incluso te sentías culpable por la melancolía hacia algo tan feo. Todavía existía un resquicio de humanidad, que intentabas no se disolviera.

Más y más. 

Ahora, sin embargo, eres tal ruina que saltarías a la tercera fase, engañando por un cacho de pan y que el despertador sonara a las 07.41h. con motivo (tener los mismos dolores).

En la plaza festiva se congregan para festejar un aniversario. La maquinaria los ha absorbido para convertirlos en icono. Con el tiempo serán otra imagen Che Guevara con efecto "tampón".

Y nada ha mutado. Tú estás en el punto de partida, kilómetros abajo sepultado bajo las simas de la tierra.

La maquinaria, por fin, ha vencido.
Te han disuelto.


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