Infinite

Cobardes de amianto

He descubierto la libreta de hace un año, donde me entrenaba con tres páginas diarias de pensamientos al azar, convertida después en un almacén de notas de interés variado. Creo que puede hablarse de madurez porque el relato de esas páginas no avanza.

Hace justo un año, fecha exacta, escribía sobre el miedo al fracaso. Sobre el miedo a no encontrar sustento, un trabajo, un algo, que me permitiría ingresos estables sin tener que pedir a la familia, y así poder olvidarme de la ansiedad generada por no tener saldo en las visitas al supermercado. Una vez alcanzado ese estatus, se podía desviar la atención hacia lo importante, escribir los proyectos.

Anotaba el pánico a no poder conseguirlo. Anotaba también una decena de ofertas laborales de mierda: diseñadora gráfica, camarera, dependienta en tieda de compro oro, fotógrafa, dependienta en tienda de moda, dependienta en la FNAC sección librería. Ofertas de mierda porque no llamaron, nunca, cayendo derrotada en los preliminares frente a otros 800-1.000 candidatos.

Nunca ha llegado ese momento. Pareció que sí, pero no. Pareció que estaba por llegar un negro panorama político-económico, pero lo que ha llegado es aún peor.

Es otro febrero, o el mismo febrero, con un año más. El editor para quien tenía la esperanza de escribir se ha muerto, vuelven a llamar (sólo) de las mismas empresas fraudulentas sobre las que hice un reportaje de tanto éxito en este blog y por el que me denunciaron.

La alienación humana no se ha marchado y no entiendo cómo todos se conforman. Yo no quiero. Al mismo tiempo, no puedo hacer nada. Por eso llevo unos días exprimiendo los documentales de Youtube sobre supervivientes a los campos de exterminio. Quiero saber el mecanismo por el que un ser humano consigue ser humano cuando no tiene nada, ni nada puede pelear.

Este febrero siguen las velas encendidas para Bernard Marx, de quien tomo el nombre. Y como él, tampoco quiero tomar soma porque mi intención no es callarme.

A muchos les molesta que siempre proteste de los trabajos o no-trabajos en los que me tratan como un perro. Pero es la realidad: los gatos maúllan, los perros ladran, los hombres piensan. Y ESCRIBEN. Sus propias ideas, no sobre los demás.

No voy a conformarme con menos de eso.


(Recordemos también al primo Orwell)
 


No hay comentarios