Infinite

Luz de noviembre, por la tarde


No es elegante el título que pensaba poner a este post. O títulos. Ya saben, cosas como "Hoy, cocretas", "¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?", "Abandono, me doy por vencida" , "Resacón #Ebl12" o "A tomar por culo todos, os odio".

Los he escrito en la cajita de texto y no resultan apropiados, cuando voy a hablar de un libro que es pura elegancia. La misma elegancia peligrosa que un bisturí quirúgico de diamante.

Éste es otro de esos libros discretos, sencillos, que se cruzan en tu camino y te atropellan. Esperan agazapados en cualquier parte, pueden hacerlo durante meses e incluso años. Esperan a caerte encima en el momento oportuno en el que más te van a impactar, o doler, o joder, o asustar. O todo junto.

Hace dos meses llegué vía enlaces de enlaces al blog actual de Eduardo Laporte, El NáuGrafo Digital. El autor no me sonaba de nada (su padre sí) pero empecé a trastear post a post pensando en otro típico blog literario sesudo de colega periodista. Pero no. Era del estilo perfecto, una cacharrería íntima con pensamientos y reflexiones sobre las propias actividades cerebrales, periodísticas y personales del autor. Very good. Cuando despegué los ojos de la pantalla habían pasado unas horas y ya no había más posts que leer. Seguía sorprendida por las menciones al loco-pero-amado Jodorowsky y un enlace suelto al fantástico ¡Dragórl! ¡Libertad creativaaa!, el mismo enlace con el que he cansado al personal repitiéndolo por todas partes cada vez que puedo (ahora, también).

Iba a cerrar la ventana. Entonces encontré el libro en un lado. Leí apenas el resumen, primera "novela" del autor, septiembre 2011, editorial Demipage y la temática.

A partir de ahí, ya estaba vendido. Entró en el Top 3 próximos que conseguiré un día de estos, cuando pueda. El porqué es curiosidad morbosa. Leer cómo solventaba el escritor tres anclajes difíciles, a saber: 1) Autobiografía pura y dura (¿el mismo estilo bonito que en el blog?; 2) Tema además, dramón: el de un chaval de veintipocos años al que se le muere la madre de cáncer, y en los meses siguientes enferma y fallece también el padre de lo mismo. El libro transcurre en esos meses; 3) Tema de joven que quiere ser escritor y está enfrascado con su primera novela y cómo se sufre (supuse que aparecería antes o después).

Resumiendo: hay que leerlo. Con independencia de los planteamientos ético-filosóficos sobre la Muerte, o de las historias vitales "parecidas". Es afilado como una crónica periodística, preciso, cosido con hilo de oro que transmite, justamente, la luz semi-dorada de las tardes de noviembre (para quien sepa lo que es) y empatía de principio a fin [nota post-post: que dice el autor que en su tierra esa luz a la que se refiere es más tirando a violeta. Salvando las distancias geográficas y el horario de invierno que no he tenido en cuenta, me parece que sí es más violeta que dorado pálido. Fallo]. Una crónica que sorprende porque el cronista no sólo es testigo y narrador, sino que es parte central del relato. Y sin embargo, todo parece sencillo, sin excesos. Salta de detalle a detalle, como los recuerdos que vienen porque sí cuando se escribe una libreta a mano (o un moderno blog). Pero lejos de ser una mezcla sin sentido o las historias de un abuelo cebolleta que se pierde en cosas secundarias, es todo lo contrario: al lector se le lleva de la mano, dulcemente pero sin posibilidad de descansar un segundo. Y sin darse cuenta de que no descansa. Además, con las citas literarias justas para seguir la narración, sin pasarse para demostrar lo mucho que se ha leído.

Dicho esto, es lo que menos me importa. Como no leí, ni al descubrirlo ni al terminarlo, una sola reseña, crítica, artículo o similar del libro. No me hizo falta.
Un par de semanas después se planteó el Encuentro de Blogs Literarios, donde Laporte era uno de los participantes y además firmaría libros en La Independiente. Qué mejor ocasión para conseguirlo. ¿Casualidad? Sí, sí, claro, esas casualidades que provocan los libros cabrones.

Con el libro ya en la mano, firmado, vista la brutal portada debajo de la faja azul made in Demipage, me entró el pánico mientras aspiraba humo a las puertas de La Independiente. El tema en sí (2) es algo de las películas. Tengo la osadía de alardear de mis planteamientos filosóficos-espirituales sobre la muerte, ajenos al judeocristianismo, más cercanos a lo oriental sin tampoco estar de acuerdo con eso; una cosa rara, mezclado además con la Ciencia. Precisamente porque no he experimentando (espero que no) lo que narra el libro. Tengo malos ejemplos de la generación anterior de mis abuelos. Sólo he visto los estragos de la edad, la piel que se convierte en arrugas, luego en pellejo. Las calvas que aparecen porque el pelo ya no tiene fuerza. Lo normal de la vejez. He visto independencia, valerse por uno mismo, salir y entrar. Hasta que un día, visto y no visto: infartos y adiós. Con todos. No he visto la consunción de una enfermedad mortal. Quizás por eso soy tan valiente afirmando ideas raras sobre la muerte, la mía incluída.

Terminé el cigarro dando vueltas sobre todo eso y entré para enfrentarme a Laporte. Oye perdona, una pregunta, ¿no será muy depresivo el libro, no? Nooo... ¿has tenido alguna experiencia similar?. No, sí bueno, de segunda generación, bueno no es que... Y salí por patas.

Hace más de una semana ya que lo he terminado.

Como siempre, me fijo en los detalles. Me pierdo en los detalles. Todo estaba bien (relativamente, dentro de la temática, claro) hasta las páginas 93-97. Ya había una pincelada previa con aquello de ser escritor. Pero en esas páginas, entra de lleno. Sufrí incontinencia lagrimal aguda sin saber por qué y tuve que parar la lectura. De repente, desde fuera, vi como me levantaba estilo huracán a por mi libreta y mi boli negro. Escribí una página. Inmediatamente, en un ataque de furia desesperada la arranqué y la quemé, soltando las llamas encima del plato vacío de la cena, casi provoco un incendio. Luego me asusté, porque no recordaba bien porqué lo había quemado ni lo que había escrito. Ahora no recuerdo absolutamente nada.

Continué las 77 páginas restantes, seguidas, sin dejar de llorar, seguido.

Al día siguiente leí esa parte una segunda vez, y volví a llorar.
Una tercera, estupefacta porque no es aplicable ese rollo escritor traumatizado por sus padres.
Una cuarta, y me sentí ridícula porque, bien mirado, es sólo un recurso estilístico para introducir detalles más profundos de la madre, en el momento justo en que el lector se pregunta por qué no habla de ella con más amplitud. Ridícula.

Al día siguiente, quise mandarlo todo a la mierda, cerrar redes sociales, este blog, dejar de leer, y dedicarme a buscar más curros de repartidora de flyers, que parece es para lo único que me ofrecen una oportunidad. Lo pensé mejor y escribí dos posts seguidos (7 de marzo), otros dos que no se publicarán y 30 páginas más en Word (buenoo, OpenOffice) continuación del post Realidad disminuida.

Hice el idiota con miles de replies verborreicas al anónimo de ese post.

Al otro día, por fin, el huracán de desesperación empezó a remitir.

Lo que restaba de energía lo "quemé" peleándome con una plantilla nueva para este blog.

Y ahora, no sé dónde estoy. Iba a copiar esas malditas páginas en plan cita-homenaje, pero no soy capaz de leerlas otra vez. Hoy no.

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