Infinite

Salir del lugar común


Y a este gran lugar común lo llamaremos sociedad. Las redes multiplican a la diez mil los lugares comunes de las fiestas, que ni son comunes ni son nada, a menos que se active una férrea intención.

Sigue el intercambio de regalos, la compra acelerada y el peligro de engordar o, en su defecto, los anuncios de potingues que mejoran la acidez de estómago. Ya no abundan las cenas de empresa -porque no hay trabajadores que puedan irse de copas- pero siguen las cenas familiares, el primo, el sobrino, hermanos y padres.

La mitificación de la Navidad infantil, que pasa con los años a convertirse en simple navidad, es el mayor terreno desdibujado en el gran parque de los comunes. Oh, las ilusiones perdidas, oh la inocencia, oh. De qué me estás hablando.

Lo que importa es ser un proyecto, una persona por hacer, fiel a una cita temporal que pone en conjunto hacia dónde va y cómo, que otorga perspectiva. Año tras año evoluciona o involuciona, esperanzador, desesperado, se pierde gente que ya nunca se sentará a la mesa de gambas, jamón y queso, se gana otra gente, se sigue el proyecto.

O no. Es un indicador para saber que eres el único miembro de la familia a quien no le va tan bien, o le podría ir mejor, o no le va bien. Le va mal, directamente.

Y reuniones de antiguos amigos, antiguos compañeros de algo, con el protagonismo absoluto de la memoria. Qué fugitiva es, la cabrona, crea una descomposición fragmentada sobre lo mismo, y si uno recuerda este detalle pero no aquel, el otro recuerda aquel pero no el de más allá. Quizá todos juntos, los detalles, no sirvan para reconstruir lo que fue. Y no hay nada más curioso que un puñado de seres humanos preguntándose en qué lugar concreto está alojado lo que fue y no lo que se recuerda.

Para arreglar el dilema surgen testigos mudos, sorprendentes, de color rosáceo pasado de vueltas, fotografías que de repente no importa lo que dicen porque salta a la vista otra cosa: parecen de Instagram. Pero en realidad no lo son, en realidad son imágenes viejas de verdad, sin las transmutaciones del siglo XXI.

Y qué gran indicador también estos encuentros de 20 años ha, muestra de los proyectos que cuajaron, se disolvieron o estallaron. E imaginar, también, cuál sería tu sitio en el común de familia y críos a los 30, si la crisis no se hubiera cruzado en tu camino para hacerlo todo imposible.

¿Viviría en el mismo lugar común?
¿Seguro? 

3 comentarios

  1. Si la crisis no se hubiera cruzado en tu camino te habrías inventado otra manera de ser infeliz. Lo cuál no es sino mi manera de decir, que esa es la forma en que te gusta ser tú y te reconoces. Y mi pregunta es otra ¿ si no se hubiera cruzado la crisis en tu camino, si tuvieras- lo doy por hecho- otra manera de odiar al mundo, escribirías igual?

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    1. Ay, amigo, pero es que no odio el mundo, en absoluto. :D

      Sólo veo, analizo y narro, con el mismo desapego, sea una cosa bonita o fea, agradable o desagradable. Viva el equilibrio.

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  2. "Lo que importa es ser un proyecto, una persona por hacer". Me recuerda un libro que leí no hace mucho y que recomiendo: Dejad de lloriquear, de Meredith Haaf. A pesar de su título, no se trata de un discurso en la línea de los estoicos, sino de cómo la competitividad (esa palabra) se ha adueñado de la vida en este "Primer Mundo": convertirse en un "trepa" es la táctica definitiva en la sociedad de la Crisis. Ahí lo dejo. Saludos. Trataré de volver.

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