Infinite

Por qué vuestra eternidad es imposible pero yo sí seré Kafka

Pienso en un muslo de pollo. Seguro que os ha pasado. Seguro que os pasó antes de ser estrictamente modernos y vegetarianos no orientales. Pienso en un pollo al chilindrón, por ejemplo. Todo está guisado en su punto hasta que llegas cerca del hueso. Hay una vena incrustada, violácea, rodeada de carne un poco rosada. Y aunque seas asiduo al steak tartar, a comerte un par de albóndigas o tres antes de freírlas, a la carne cruda en resumen -pero no chorreante-, ese pedazo, esa incongruencia cercana al hueso que desentona con el guiso completo, no puedes parar de roerla aunque sea con cierto desagrado. Tus dientes arañan el hueso. No es una alita sabor barbacoa que chuperreteas con gusto, como otras; planea una leve sensación de asco, ese sabor metálico a crudo y vena violeta que no deberían estar ahí. 

Algo similar ocurre en la redacción del libro.

Hay esperanza.
Hay esperanza, repito.
No, no la hay, contesto.
Y qué.

Pienso en el noruego perfecto y lleno de flores en la cabeza (fotografía publicada que no consigo ubicar pero existe), pienso en el correcto Karl Ove Knausgård, del que tantó se hablo pero que no me decidí a leer. De un tío que está tan bueno (el mundo sería mejor si todos tuvieran el pelo largo) no se puede esperar una palabra más alta que otra, pero parece que sí. Ahora de repente sí siento interés, a posteriori. Sí le encuentro sentido a algunas líneas de sus múltiples entrevistas. Líneas:
‘¿De verdad vas a hacer eso?’, me advertían mis amigos. ¿Por qué no? ¿Cuál es el peligro? ‘Pero, Karl, ¡no podemos decir la verdad!’. Es un intento de contar la vida tal como es, pero con la peculiaridad de que, al ser contada, deja de ser vida y se transforma en literatura.
Me he atascado en un capítulo crucial del libro. Ese libro que publicito y del que ya he vendido 4 ejemplares antes de poner el punto final. Que sean amigos y conocidos no le resta valor a la hazaña. Como no espero nada de nadie, ya merecen mis respetos en calidad de lectores implicados. El mundo también sería mejor si todos los lectores se implicaran. Pero me he atascado. No sé si llegaré a tiempo a la fecha ya aplazada del 13 de mayo, si tendré que aplazarla otra vez o no. Porque he chocado con la disonancia de la carne ruda que rodea al congreso y no tengo fondos para enviar a los antidisturbios. 

El capítulo crucial me ha abofeteado en la cara con la frontera de las definiciones. Una cosa es discutir dónde está la realidad y dónde la ficción, dónde la literatura y dónde la vida, dónde el autor y etcétera, etcétera y más etcétera. Todo son debates vacíos. En ese capítulo descubro que, 20 años después, sigo sin haber encontrado un por qué. Un por qué del impulso de escribir, a ratos sobrenatural. Un por qué a realidades por escrito que describí como si las conociera pero no viví hasta 10 ó 15 años después. Ni por qué me molesta tanto cuando lo de página en blanco ni cuando lo del sufrimiento sobre el papel. Bueno, sí. Me molesta porque es una chorrada. Me molesta porque nadie cuestiona que se tengan ritmos para ponerse el pijama y dormir, o costumbres alimentarias, o formas de peinarse. Con esa misma facilidad he escrito siempre, a todas horas, en todo momento, surgido de la nada. Y de la nada son 20 años antes de leer a este o aquel autor, que escribieron lo mismo. De la nada es no haberlo aprendido de nadie y sufrir por no saber de dónde.

El capítulo crucial me ha detenido porque los paralelismos son horrendos; si hace unos meses me entretenía, quizá para el blog por la posibilidad de añadir música o fotos, ahora la escritura de un poema tras otro podía enviarla a un editor. Es la primera vez que en un editor lo dice. Y entonces, plof, enfermedad. En la otra ocasión no fue un editor, sino recopilar las palabras de otros. Intenté ser como se supone hace un novelista profesional, me tomé mi tiempo, investigué sobre el tema una información muy específica que plasmaría la novela. Y plof, enfermedad. 

Quisiera pensar que sí. Pero no, no es casualidad. 

No me puedo creer que me hayan pasado tantas cosas pero me importen un bledo, sólo...

Mi único miedo siempre ha sido desperdiciar toda una vida en algo incomprensible (ideas que vienen repentinas y hay que escribirlas) pero acabar desmejorada, que todo ese tiempo y literatura nunca se leyera, que mis contemporáneos no lo entendieran o que no tuviera contemporáneos, que no pudiera dejar de hacerlo a pesar de no ganarme la vida con ello y justo por eso acabar deshecha, incapaz de hacer otra cosa que no fuera una línea tras otra a pesar de su inutilidad según el análisis externo. Acabar loca. Pero sabe la Loca que tiene razón. 

Entonces, no queda más que seguir adelante. El fuego se combate con fuego, me encanta esta frase de mi autoría. Hasta dónde puedo contar. Todo seguido es tan absurdo que parece leyenda. Hasta dónde roer. Mi primera cana salió con el primer libro, la segunda con el segundo, y ahora, justo un poco detrás y cerca de las otra dos, hay otra brillante cana primeriza. 

Que pasaría si. 
Quizá el destino es este. La única manera de tener una vida normal es la aceptación: aceptar que sé hacer muchas cosas, pero preferiría escribir 25 horas al día. Que sencillamente tengo que hacerlo (tantas no, quizá la mitad) para devolver el tiempo como pago kármico, empezando por los mismos 10 años en que fingí que no sabía hacerlo. O ya que estamos, completar los mismos 25 años de regreso al mismo punto. 

Que pasaría si. 
Eso pasa. Cada uno tiene su papel en la estructura, unos roles que se repiten desde el principio de la humanidad. El mío es dedicarse de por vida a una tarea, esa que llegó sin querer y sin pedirla, rendirse a ella sin culpa y parar la resistencia, aun sabiendo de antemano que los resultados no los veré nunca en esta vida. 

Eso es Amor.









1 comentario