Infinite

Exponerse

Los comentaristas resucitados del blog devuelven el sabor conocido de 2013, cuando esto funcionaba con un poco de movimiento -porque los blogs estaban de moda como zona de batalla; hoy son otras- y el regusto, agradable, de que el anonimato relativo permite ejercer mi hipergrafía en toda su extensión. Puedo, y quiero, contestar a cada una de las gilipolleces, sin censura, aunque vaya contra lo que se supone debe hacerse a nivel mecánico. ¿Sería capaz de soportar una exposición máxima? surge la duda. Agradezco, como siempre, la ridiculez cinética lejos de estrellas de las letras o Instagram o Youtube. Porque tengo la mala costumbre de contestar a todo, de tener la última palabra, a lo bueno y lo malo, aunque sea un tono excesivamente incorrecto de trolear al troll. No puedo estar quieta encima de un teclado porque me divierto mucho. ¿Qué pasaría si manejo cifras mayores de ojos pendientes a cualquier coma que se me escape? Quizá no tendría manos para contestarlo todo. Quizá no pase nunca.

Así que desde mi privilegiada situación de anónima de tres al cuarto me dispongo a liarla contra el nuevo energúmeno de chichinabo, en la adjudicación rápida de ese tono y contenido a ciertas entidades humanas que considero escombros absolutos después de chocarse contra mí. Freno, espantada. Quizá no es ese. Puede ser este otro. O aquella persona. El otro de allá. ¿Y este? Demasiados candidatos, algunos de carne y hueso, presentes o revividos, que pueden estar diciendo eso, tomándose la molestia de un comentario, sólo por fastidiar. Porque se acordaron de mi existencia y en la suya tienen tiempo libre de sobra.

Guardo la diversión plena para otro día. Al poco, otro energúmeno (¿el mismo?) aparece en otro frente, la página de los vídeos, y le sigo el rollo. Que puede ser este. No, el otro. O aquel de más allá. Así no hay manera de insultar, sin saber el quién exacto. Quien sea, con la paciencia de una hormiga, se molesta después en visitar uno a uno los vídeos anteriores, con perfiles distintos o de conocidos que se prestan (las artimañas cibernéticas son múltiples y no voy a extenderme) para colocar el mismo número sospechoso de dislikes a toda la producción audiovisual. En su inquina absurda no sabe que me hace un favor, un verdadero favor, al aumentar el número de visualizaciones.

Pero vuelve la duda. ¿Qué pasaría a ciertos niveles? No me llegarían las manos. Supongo que, por eso, las estrellitas mediáticas no lo hacen. O porque las cifras son sólo cifras, sin gente detrás.

No saben lo que se pierden.

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